18 de mayo de 2007

Cuentecillo de Semana Santa

(Publicado en la Revista Cabildo en 2005)


Manuel era judío de toda la vida. Pertenecía también a una hermandad de las llamadas de tambores roncos. Vivir y sentir la Semana Santa de Baena era toda su pasión. Como buen semanansantero a Manuel le gustaba cumplir con su hermandad y con su cuadrilla de judíos. Asistía a las juntas, participaba con mucho entusiasmo e ilusión en los actos oficiales, en resumen, era un cofrade modelo, una persona buena, amigo de sus amigos y defendía su Semana Santa en cualquier lugar. Era una frase típica suya la de decir: “Si algún año, Dios no lo quiera, no me puedo colgar mi tambor ronco o vestirme de judío creo que me daría algo”.

Así pues, año tras año Manuel cumplía con el rito: Los Misereres, echar las Cajas, las procesiones, el Desfile de las Estaciones... Recordaba cuando era niño: el olor a cal y añil, a pan con aceite, como apretaba los tambores y preparaba los demás arreos su padre; como su madre planchaba las camisas y túnicas dejándolas impecables con un olor que él definía de primavera.

También recordaba a su hermana Pilar, hoy en Barcelona a causa de la emigración, que ayudaba a su madre a hacer pestiños y magdalenas, y también recordaba con cierto aire de tristeza la carilla que le quedaba a su hermana cuando veía a Manuel y a su padre salir uniformados de su casa para asistir a la procesión. En más de una ocasión Pilar le había comentado a él que le gustaría ir con ellos tocar el tambor ronco y vestirse de judío. Cuando Manuel tenía 10 años y Pilar 8, le preguntó a su padre que por qué Pilar no podía ir con ellos, que le hacía mucha ilusión a lo que le contestó, un tanto perplejo por la pregunta, que el papel de la mujer en la Semana Santa era el que era y que tocar el tambor y procesionar cono penitente estaba reservado solo para los hombres...

...Cuando nació su hijo la alegría de Manuel fue inmensa. Lo llamaron Juan en recuerdo a la memoria de su padre. Desde su más tierna infancia, al igual que su padre había hecho con él, el niño fue aprendiendo de su padre a amar y querer sus tradiciones. A los tres años desfiló por primera vez con él. El gozo y satisfacción de Manuel eran inmensos ya que veía en su hijo la continuación de él.

Quiso Dios concederle otro descendiente a la que llamaron María como su mujer. El tiempo pasaba felizmente para la familia. Cada Semana Santa Juan marchaba con su padre y María y su madre los despedían a la puerta de la casa y se saludaban cuando los veían desfilar.

Tendría María 5 añitos cuando le comentó a su padre que ella quería también tocar el tambor y con un aire tierno le dijo que por qué Juan podría hacerlo y ella no. Como si de una máquina del tiempo se tratase, la mente de Manuel voló a su infancia y a la respuesta que su padre le había dado a su hermana y en su propia hija vio la carita de Pilar y la profunda tristeza con que quedó. “No te preocupes –le dijo- si a tu te gusta el año que viene tocarás el tambor con nosotros”.

Manuel lo comentó con su mujer y ésta veía lógico que la niña quisiese ir con su padre y su hermano. Así, Manuel inscribió a la niña en su Cuadrilla de judíos que, afortunadamente años atrás, había superado la polémica “crisis” de que el tambor es solo cosa de hombres.

“Mira hija, -decía- esté será tu tambor y este tu casco y tu cola. A la chaqueta habrá que remeterle por las mangas...”. No había acabado de hablar cuando María se abalanzó al cuello de su padre y le dio un cariñoso beso al tiempo que le decía: “Papá, vestirme de judío me gusta, pero más me gusta tocar el tambor ronco” y gritando de alegría fue a contarle a su madre que este año acompañaría a su padre y su hermano a tocar el tambor.

A la noche, cuando lo niños dormían, Manuel comento con su mujer lo que le había dicho la pequeña María y decidió inscribirla también en la Hermandad de tambor ronco que tanto el quería. Dentro de dos semanas sería la Junta de la Hermandad y allí era el momento de presentar su alta.

En época de Cuaresma, después del trabajo, era frecuente que Manuel quedase con los amigos en un bar donde el tema central de la tertulia era los preparativos de la Semana Santa, los recuerdos de la infancia, anécdotas y sucesos y los miles de momentos vividos tan emotivos. Quiso Manuel hacer partícipes a sus amigos de su decisión de inscribir a su hija en la Hermandad. Tras un primer momento de extrañeza hubo comentarios para todos los gustos: “... En esta hermandad nunca han salido una mujer...”, “... Tu lo que quieres es cargarte la tradición y la hermandad...”, “... conociendo al personal seguro que si la presentas no sale como hermana...”, “... ¿mujeres en nuestra hermandad...? ¡nunca!...”, “Es un desafío para la hermandad...”

El día de la Asamblea de la hermandad era en Domingo. Manuel se había despertado a las ocho por unos ruidos que oyó en el trastero. Se calzó las zapatillas y, en pijama, subió al cuarto de los trastos, entreabrió la puerta y allí estaban sus dos hijos. Juan subido en una silla alcanzó a coger de un estante los tambores roncos y las baquetas, María buscaba por un baúl las túnicas y capirotes. Tras ponerse el tahalí y el capirote, Juan con el tambor de su padre y María con el de su hermano, comenzaron a batir las baquetas muy flojito haciendo el toque de la hermandad. “Vamos a despertar a papá y mamá”- dijo con un susurro Juan a María. Al oírlo Manuel, con mucho sigilo marchó al dormitorio. Llegaron los niños a la puerta y comenzaron a tocar el tambor. La mujer de Manuel se despertó sobresaltada y Manuel, con una sonrisa le decía: "Mira María..., ya viene el Miserere.

A las 12 de la mañana era la reunión. Al llegar al quinto punto del orden del día, Altas y Bajas, había tan solo tres aspirantes que, en teoría, no necesitarían votación. Entrarían a formar parte de la hermandad por ser hijos de hermanos. Uno de estos aspirantes era María, la hija de Manuel y los otros dos chicos de la misma edad que ella.

Sin percibirlo, la Asamblea se convirtió en un amplio y polémico debate sobre si una mujer podía o no pertenecer a la hermandad, que era el primer caso que se daba, que iba en contra de la tradición, que muchos de los cofrades tenían hijas de la misma edad y que no se le había ocurrido presentarlas como hermanas... En un momento de la discusión Manuel, que callaba, pidió la palabra a la mesa presidencial y dijo: “Mi hija tiene tanto derecho a salir de esta hermandad como en su día lo tuvo mi hijo, al que por cierto no se le puso ningún repara por el hecho de ser varón. ¿Quién es capaz de quitarle la ilusión a una niña de cinco años?, porque, por supuesto, no voy a ser yo...

FINAL 1: La Asamblea decidió por unanimidad aceptar a María como hermana y así romper con una “tradición” marcada por la discriminación hacia la mujer. Se brindó y celebró por la sabia decisión adoptada.

FINAL 2: Manuel, con todo el dolor de su corazón, pidió la baja como hermano porque, incomprensiblemente, los dos chicos fueron votados favorablemente y su hija no.

(Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia)

Juan Carlos Flores