7 de febrero de 2011

Recuerdos de José Cortés de los Ríos

Como preludio a la Cuaresma que llega, José Cortés de los Ríos comparte en esta ocasión con todos nosotros un emotivo artículo donde nos narra sus vivencias junto con sus amigos.
Recordaros que si queréis compartir con nosotros fotos, vídeos, textos, etc, no teníes nada más que enviarnolos a colinegros@gmail.com .

Ya tenemos la cuaresma detrás de la esquina, llamando a la puerta de nuestros corazones que poco a poco van encendiendo la pasión hacia nuestra semana santa, aflora en nuestra mente viejos recuerdos que son añoranzas de tiempos pasados con amigos de la infancia que de forma definitiva nos dijeron a Dios, o mejor dicho, hasta luego. Amigo que compartió la misma cuadrilla, la Séptima, pero que irracionalmente hasta hace no mucho tiempo, no apareció como judío de la misma.
Como prueba irrefutable de que Mariano Valverde Luque perteneció a la séptima cuadrilla, es la fotografía que envío donde se le ve el primero de la fila de nuestra izquierda, detrás de él aparece Salvador Rivas, delante un trozo de tambor que es el mío que por dar unos pasos no salí en la foto. Puede observarse al cuadrillero, Juan Antonio, muy joven, vistiendo chaleco de tela debajo de la chaqueta de judío, se aprecia, igualmente, a sus hijos bastantes niños todavía.

Mariano, como otros judíos de nuestra cuadrilla, no aparece inscrito en el libro de actas hasta fecha reciente que presenté una propuesta para que se reconociese como judío, que fue, de la séptima. Me consta, por las muchas veces que me lo dijo, que entró en la cuadrilla como aspirante de la mano de su tío Pedro Luque Triguero y estando de cuadrillero José Barba García. Comprobado el ingreso de Pedro, podemos afirmar, sin error alguno, que se produjo el año 1.957.
La mayoría de edad estaba establecida, entonces, a los veintiún años pero existía la costumbre, al menos en nuestra cuadrilla, de no dar de alta como judío con “plenitud de derechos” hasta que no viniese licenciado del obligatorio servicio militar, es decir, a los veintidós o veintitrés años. Pero en la práctica, muchos, nunca fueron registrados ni como aspirantes ni como judíos, otros, en los que me incluyo, no constamos como aspirantes, me apunté a la edad de dieciocho años en 1.962, apareciendo como judío con “todos mis derechos” en 1.966 a los veintidós años. Todo, dada la picaresca existente en aquellos años de declarar menos judíos de los que realmente se tenía para ahorrarse el pago a la Cofradía de un cierto número de limosnas. No crean que esta picaresca fue una constante en la historia de nuestra cofradía. Antes, hasta la misma guerra civil, todos los cuadrilleros estaban obligados a llevar un talonario llamado Talonario de Limosnas de Procesión que deberían presentar al mayordomo de la Cofradía para que éste tuviera un control riguroso de los hermanos que pagaban y no pagaban la limosna. Figuraban en dichos talonarios dos clases de recibos con sus correspondientes matrices, uno del día de Jesús y otro del viernes santo, según acuerdo del cabildo de 14 de abril de 1907.
En aquellos tiempos vivíamos nuestra vocación de judío con suprema intensidad, cada uno se convertía en artesano de sus parches y cola. Nuestra preocupación consistía en conseguir buenos “pellejos” de chivo para abajo y pieles completas de cabra para sacar tres o quizá mas parches de arriba. Con frecuencia visitábamos a los cabreros de Baena, sobre todo a nuestro común amigo José Pulido que vivía donde actualmente está la farmacia que perteneció a Julio Garrido, en una gran casa que hacía esquina, metiéndose hasta lo que entonces era la Era Mantecas. Teníamos cierta obsesión por conseguir pellejos de galgo que decían que eran extraordinarios como parches de abajo, pero nunca tuvimos uno. Las pieles, una vez que habían pasado el tiempo correspondiente en agua de cal, las arreglábamos a veces en el patio de mi casa, otras en la de Mariano y la gran mayoría en la tenería que su tío Pedro Luque - judío como hemos dicho de la séptima - tenía cerca de Pedro Muñoz. Recuerdo que Pedro trajo durante unos años pieles de venado, era algo nuevo y había que probarlas. La doble finalidad perseguida era conseguir parches de arriba muy resistentes que admitieran muchos palos y, por otra parte, que el tambor sonara fino. Los parches de venado cumplían esa primera finalidad a la perfección, no había manera de romperlos pero el tambor sonaba como una tabla, mal, muy mal. Yo tenía mi tambor pero sacaba con frecuencia el de Pepe López- primo hermano de mi madre y cuyos hijos están los dos en nuestra cuadrilla- que sonaba de maravillas, aprovechando que Pepe se encontraba por entonces delicado del estómago y no salía. ¿Se podía tocar el tambor sin probar una copa de vino? Me preguntaba él, respondiéndole yo: ni se te ocurra. A Pepe dada la mala racha que estaba pasando las tenía totalmente prohibidas por el médico. Su tambor, creo que un cuarenta y uno, era un tambor grande que había que echar un par de cigotos para apretarlo, pero dos casa más arriba de donde yo vivía estaba la zapatería de Antonio Roldán cuyo hijo Germán, gran amigo nuestro, de Mariano y mío, era el hombre más forzudo de Baena y con una sola pasada dejaba el tambor como un clarinete, única manera de hacerle competencia al magnifico treinta y ocho en aquellos tiempos propiedad de Mariano y hoy de mi pertenencia. Nada de prensas, la aplicación de esta máquina al tambor fue bastante más tardía.
Mariano era un manita, si alguien no tenía plumero allá que él de momento le hacía uno con unos cordones de colores que entonces vendían, parecía más una fregona que plumero pero eso no importaba porque lo importante era salir. En aquellos tiempos el judío no iba tan pincho como ahora, no importaba que la chaqueta le estuviese grande o chica, que los pantalones fuesen negros o de otro color, el casco de metal dorado o de latón blanco, lo realmente importante, reitero, era salir.
Valerio, cabrero, hombre bonachón, de muy buen carácter y gran amigo de la familia de Mariano, tenía una yegua de color castaño de larga y tupida cola negra que se metía por nuestros ojos, vivía Valerio por la calle Herrador en un callejón sin salida y allí nos presentamos los dos, Mariano y yo, rogándole nos sacara, al menos, un liñuelo de esa hermosa cola. Valerio con extraordinaria paciencia procedió a arrancar cerda a cerda del rabo del manso animal, que padeció sin expresar relincho alguno la sufrida depilación, hasta formar un buen manojo que inmediatamente lo transformamos en el desván de mi casa en un largo liñuelo, no como esos de hoy que parecen servidos a la carta, ¿cómo lo quieres de largos? ¿De 1,20- 1,40 – 1,45? ¡Qué caballos tan altos se crían en la actualidad! No, según me informan, son colas procedentes de caballos extranjeros, creo que chinos, que les dejan crecer las cerdas hasta el infinito, cuando están próximas al suelo las doblan, se las envuelven dirigiéndolas hacia arriba, esta es la historia que me han contado.
Llegada la cuaresma teníamos los tambores listos, no porque, como hoy, se tocara todos los viernes. En los misereres, al principio, iban un solo redoblante y dos acompañantes, a continuación los cuadrilleros y los miembros de la Junta Directiva, posteriormente estuvieron suprimidos durante varios años, pero se tocaba el tambor, ¿cómo? pues por la noches nos juntábamos normalmente en la zapatería de Roldán y desde allí tocando el tambor recorríamos más o menos el siguiente itinerario: Barrizal, carretera de Córdoba, callejón de Pedro Reyes para llegar al lagar, dábamos la vuelta al parque hasta llegar el Llano y desde allí cada uno se iba a su casa.
Por la semana santa desbordaba, Mariano, toda su pasión por el tambor, era incansable, invencible, a todos nos echaba a la cama. Normalmente, el miércoles santo, salíamos de su casa, no faltando nunca a la cita su tío Pedro, Salvador Rivas y yo. A excepción de Salvador que no llevaba ningún número, todos lucíamos el número de nuestra cuadrilla en la solapa de la chaqueta, nosotros el siete bordados, los tres, por las monjas de Madre de Dios. Salvador venía con nosotros, salía en las filas de la séptima pero no se apuntó a ella, creo que nunca perteneció a cuadrilla alguna. Pedro, en la primera taberna se apalancaba convirtiéndose, a partir de ese momento, en hombre invisible, ya no se le veía durante toda la semana santa. Salvador se presentaba con todo a punto, pero a la hora de salir, siempre, le surgía un imprevisto; no sé cómo se apañaba. El mismo año del fatal accidente que le costó la vida, recuerdo que entró en casa de Mariano, con una sonrisa de oreja a oreja y con una expresión en su cara, ¡tan alegre! que ella por sí sola nos estaba diciendo: mi tambor suena a música celestial. Lo dejó encima de una silla mientras nos deleitábamos con una taza de buen café hecho por Isabelita, la madre de Mariano, cuando lo cogió, el parche de abajo se había roto él solito.
Las circunstancias hicieron que la familia de Mariano al completo emigrara a Barcelona, regresó a su querida Andalucía, a Málaga donde fue destinado, volvió a tocar el tambor, esta vez, en la cuadrilla tercera de la que era cuadrillero Agustín Fuentes, marido de su prima hermana en cuya casa paraba cuando venía a Baena, pero lo tocó por poco tiempo, una terrible enfermedad acabó con su vida. Murió creyendo que fue judío de la séptima cuadrilla e ignorando que nunca oficialmente perteneció a ella.
Quiero que este artículo sirva para recordar a tres amigos, grandes judíos, que pasaron los mejores momentos de su vida en nuestra cuadrilla y uno de ellos, Mariano, hasta hace muy poco tiempo no ha sido reconocido como judío de la séptima, a pesar de tener al corriente todos los años sus cuotas correspondientes e incluso estando en Barcelona que yo, tesorero de la cuadrilla en aquellos tiempos, se las pagaba. Sirva, también, para recordar el derecho y obligación de conocer la realidad histórica de nuestra cofradía, hermandad y cuadrilla y no perdernos en las leyendas que de ellas circulan.


JOSÉ CORTÉS DE LOS RÍOS