26 de mayo de 2007

Oda a la Torres del Sol

Baena se caracteriza por tener bellos rincones en su casco antiguo. Raro es el judío que el Miércoles Santo no se da un paseo con sus amigos "echando las Cajas" por la Almedina. Son lugares llenos de historia, embrujo y encanto. En el año 2000 fuimos a la Torre del Sol y mi buen amigo y judío Manuel de Hita Fernández compuso esta entrañable y sentida Oda a la Torre del Sol



Cantar de cantares, envuelto de aromas tales, a enebro y ajonjolí, tu cuesta subí y con el sol despuntando, en mis ojos brillando, contemplé, vi y sentí uno de los más seductores amaneceres.

Seducidos por su color, rayos limpios de sol, envuelto por el manto aterciopelado, sedoso del canto a la amistad apenas esbozado entre trago...y trago.
Quién aquello vivió en la milenaria Torre del Sol con la luminosidad del alba, con el frío sudor, el esfuerzo sintió; rumores en el Llano, poesía en el Altozano, un cántico a la amistad surgió y se elevó al amanecer el sol.

¡Oh Torre del Sol¡, mil batallas contemplaste, mil historias de sangre y furor, de temor y muerte; escucha hoy nuestro cántico a la unión entre los hombres y haz que se eleve a la bóveda celeste para que conste que también viviste días de regocijo ante tu amurallada y nobles piedras que aún lloran por la pérdida de quien siendo fuerte no supo defenderte del odio de otra gente.

¡Oh Muralla aterrada!, en tu despolio ultrajada, nos dejaste una torre amurallada para que sirviera de morada al cántico a la amistad, al susurro silencioso que expresa la verdad del momento gozoso.

Escucha este mi cántico y recuerda en tu llanto que hombres hubo que en tus piedras hicieron, no lo dudo, crecer cual la hiedra enraizada en tu muralla el sentimiento de la añoranza por quien cegado en la batalla clamó al cielo venganza.

Más hoy, sé misericordiosa con los que aquí estamos, con los que de ti nos acordamos, alejados del vil ruido del Llano y enraizados en tu alma pedregosa por los años, te añoramos.

¡Oh , Amada mía!, fuerte como la roca, no permitas que esta mi boca calle sin decirte que mi dicha se agota pues no quiere despedirte sin llorarte y cantarte esta loada poesía:

¡Cuán! resuenan tristes los tambores
bajando de tu Iglesia
conventual,
al Llano que no a la Caña
donde perecen y
enmudecen sus sones
ata que con las Cajas
en tus nuevos albores
vengamos a agasajar
recordar y venerar
tus piedras una vez más